Siempre que soy convocada a participar en las acciones de cambio de imagen corporativa de una empresa me doy con la sorpresa de las fuertes barreras que surgen en el intento de alinear la imagen personal del colaborador con cualquier renovación que surja en la organización.
Y es que, además de un cambio de logo, plataformas digitales y/o nuevo local, los cambios de imagen corporativa deben verse proyectados, a simple vista, por el mismo colaborador. Siempre recalcaré que las personas compran, venden y hacen negocios con personas, no con edificios inteligentes o súper logos.
Es verdad que los cambios en una empresa no son fáciles. Implican aprender nuevos procesos, adaptarse a nuevas tecnologías, aplicar nuevas estrategias y más; pero además de todo ello, el colaborador tiene que entender que no sólo hay que “ser” sino que, también, hay que “parecer”.
Ante el cambio de imagen personal; comentarios como “renovar mi imagen implica mucha inversión”, “siempre he sido así”, “soy demasiado mayor para cambiar” o “cambiar de imagen no me beneficia en nada” son muy comunes, sobre todo, si el trabajador tiene muchos años en la compañía.
Las organizaciones tienen que hacer un esfuerzo en sensibilizar a su gente sobre el valor del cambio y presentarlo como una oportunidad para su crecimiento personal y profesional. Aparte, deben de comunicar el por qué ese cambio y hacer hincapié en que no implicará, necesariamente, inversión. Con actitud, sentido común y la adopción de nuevos comportamientos es posible rediseñar una imagen personal alineada a la renovada imagen.
Sumando a esto, sugiero que las gerencias y jefaturas sean los grandes promotores de ese cambio de imagen predicando con el ejemplo y que el colaborador comprenda que él es su principal protagonista.